De todos es sabido que el 23 de abril de cada año se celebra el Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor. Lo que mucha gente desconoce es que, desde hace ahora tres años, el 29 de noviembre se celebra en España el Día de las Librerías… y de los Libreros. Con ello se pretende poner de relieve la importancia del librero y de las librerías, no solo en lo que al comercio del libro se refiere, sino también en calidad de agente y centro de difusión de la lengua y la cultura.
El librero es también, en el otro extremo, un agente que acompaña a ese hacedor de palabras que es el autor de un libro.Las grandes figuras literarias suelen contar con un imponente aparato publicitario por medio del cual dar a conocer cuanto escriben. No es éste el caso de la miríada de escritores “no profesionales“, verdaderos artesanos de las letras que, frecuentemente abandonados a ellos mismos, no consiguen llegar al lector porque no son comercialmente explotables por los grandes gurús del mundo editorial. El librero, sobre todo aquel que regenta una librería independiente, no solo los acoge, sino que se esfuerza en otorgarles, cara al lector, el mérito que la crítica oficial a menudo les niega.
La salud de las librerías constituye un excelente barómetro de la pujanza cultural y educativa de la sociedad en las que se insertan. El Día de las Librerías… y del Librero debe invitarnos a una reflexión que va mucho más allá de lo meramente comercial, algo de lo que tampoco hay que avergonzarse puesto que, de un modo u otro todos ejercemos algún tipo de comercio. El librero es, en su librería, aquel que mantiene a buen recaudo el arbusto nacido de la semilla de memoria y cultura que fue el manuscrito del escritor y que, tras haber brotado en los talleres del editor, espera pacientemente ser trasplantado a la biblioteca del lector. Él será quien, tras esa poda sucesiva que constituyen sus lecturas, recogerá el fruto de instrucción y placer que siempre acaba ofreciendo un buen libro.